Cada poeta crea en torno a su escritura no sólo un ritmo propio sino una razón específica de su fatalismo, que puede venir de adentro o de afuera, o combinados. El abordaje de la poesía comienza por ser la primera causa de sus visiones sombrías. Poesía es el vacío esencial que se debe llenar hablando del vacío existencial o espiritual. Es una posibilidad de ser negando el ser, deconstruyendo las honras y deshonras morales, las turbulencias, el instante de espanto ante la existencia de los otros y de sí mismos. Cada poeta empieza en un punto distinto y se desarrolla en dimensiones diferentes. El mal y la verdad son un Todo, los ruidos y el silencio una fórmula de dominación, el agua y las sombras, un venero evidente. El mundo gira en torno al ser, y en esta medida es monstruoso. El ser gira en sí mismo y por ello se trastoca, se vislumbra, y se aterra.
Níger Madrigal permanece un poco dentro de las zonas de la felicidad poética pero las combina con las zonas del poema sombrío. El carácter fatal lo presenta a través de un cuestionamiento constante —aun en las afirmaciones— sobre lo que puede ser la vida, sobre lo que puede ser la dimensión de lo sensitivo. Su fatalismo es la nostalgia anticipada, y la nostalgia consumada por la colectividad universal que ofrece la Historia: “Nadie nos recuerda porque aún no estamos muertos/ Porque nos hallamos en el interludio de la historia”. En Artificios de la memoria, uno de sus mejores libros, todo es un tejido de temas que pertenecen a la categoría de lo sombrío pero sin el pigmento del dolor. Es un discurso demasiado fragmentado sobre el alma, el ser, los acontecimentos del serreal y el ser-imaginario, sin que en ningún momento comience el ascenso hacia la cúspide de la conciencia, o el descenso hacia la realidad interior. Su fatalismo proviene más bien de tanto abordar los temas a través de los cuales los otros poetas construyen sus linajes fatales. Sólo eso explica que su percepción de la dimensión sensitiva flote sobre la lírica argumentada que discurre sobre estos temas con ánimo de descubrir esencias.
En una geografía poética, Madrigal es el nivel justo de la tierra, estático en su movimiento, que no se va demasiado hacia afuera, hacia la atmósfera, ni tampoco hacia adentro, hacia la densidad del subsuelo: “Los destinos son el cotidiano espejismo de la conciencia”, es un principio fértil. Sus poemas muestran una fatalidad sobre la vida y la existencia: “Si la luz se suicida/ si se corta las venas/ se detienen al unísono los corazones.”
Sin embargo hay poemas en los que alcanza a sobrepasar la categoría de estampa que tienen algunos, construidos a base de reflexión, lirismo selectivo y racional, y contundencia; el ritmo se logra y puede entonces cerrar el círculo de la idea en pocas líneas, reuniendo los requisitos del poema:
No sólo se disgrega el agua
para escanciar sus odres
en las continuas celebraciones del batracio
También llegan de sus angostos corredores las palabras
y tenemos que enfrentarnos a su lenta provocación
De palabras nacemos
nos notamos por sus ecos
y somos torres en calizas tierras del viento.
Esta es una vertiente de su poesía que es sugerente, y que tal vez debiera ampliarse, asumirse en el poema mediano y largo. Su fatalismo es dulce, cristalino, con tendencia a la densidad, como ya vimos en el verso citado sobre la conciencia. Es allí donde encuentra al parecer, su mejor lirismo —y el mejor lirismo de toda poesía–: una estación germinal de la fatalidad en la que se resume un poco, las estaciones todas de la vida.






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