13 cuadros: “Colores del tiempo”
Se exponen hasta el 27 de octubre
en Galería El Jaguar Despertado.
La exposición, una pequeña obra
maestra de Jesús Carrillo.
Fuerza, voluntad, energía, vastedad
del pintor: los atributos del genio.
El tiempo está allí, deseoso, flota en la levedad como si no fuera a ser un amante del anti-tiempo: esa verdad que se acuesta con las estrellas ajena a nuestras mentes. La levedad es una esencia que es una vida fuera del presente, sin antes ni después, sólo levitación de los sentidos, derrame de secretas sensaciones. El daimon del artista tiene en él un ente divino de locura y varias ciudades. Jesús Carrillo es un Elegido. Estos cuadros revelan que es un iniciado en la transparencia de la levedad, ese arte del gran olvido donde nos deshacemos del personae, nos vuelve abstractos para el código civil y verdaderos en nosotros mismos. En estos cuadros vemos invisible –a como vemos azulado, verdoso, blancuzco en el espacio físico. La invisibilidad se derrama hasta convertirse en tiempo(s). Es entonces que nuestros sentidos perciben el universo de ciudades con su tremenda gobernabilidad de la inteligencia en algunos cuadros. Hay en ellos canción, amor, vastedad, y abismos fértiles que nos devuelven la locura de vivir, de aspirar, de susurrar las noches a las estrellas, y las locuras a la percepción. Los cuadros de esta exposición tejen una constelación de levedades poéticas. Jesús Carrillo es un poeta, las pinturas tienen su alma derramada, y él vive con pasión las cuatro estaciones de un poeta: el no-tiempo, el anti-tiempo, la atemporalidad, y el destiempo. Éstas estaciones también son cuatro puntos cardinales de la surrealidad –la ciudad por encima de las ciudades reales. La surrealidad y su concierto, el surrealismo, es la creación del alma desde un desorden sensorial contra el orden del tiempo y de la realidad, de la verdad y de la razón. Por tanto es una ausencia de tiempo.
En estos cuadros la pintura comienza en las líneas irregulares de sus bastidores: son consideraciones de Belleza desde la sensualidad. Esa fuga en la geometría es perfecta: la forma de sus bastidores es la sensualidad del cuadro. El cuadro es la provocación de la belleza que va de la constelación de lo terrestre a la constelación de las estrellas. El movimiento de sus bastidores son una continua puntuación que revelan una constelación en cada una de sus líneas, así el cuadro queda inscrito en el universo de esas cuatro estaciones de un poeta. La ambición de sus colores cantan, las almas que viven en sus cuadros cantan, la conjugación del más allá del deber ser en los espacios canta a través de ciudades intensas como en “Insecto” y “Ave+Nido”.

Y después nos queda, como el Absoluto Abismo de la Bondad y de la Pasión, lo que oye el poeta Jesús Carrillo: la levedad dentro de la levedad dentro de la temporalidad de la levedad en “Encuentro”. El cuadro es una majestuosa mansión del abismo fértil, fecundo de inmortalidades que se nos adhieren mientras uno lo mira, de levedades fértiles que se van a lo sublime, ese nuestro no-ser a través de la surrealidad, y que es la dimensión más importante de nuestra percepción. La composición, el espacio, las dimensiones del ambiente, y la temperatura de los colores nos vuelven diletantes en nuestra propia sabiduría, hasta que seamos polvo, ceniza, levedad de ceniza, más allá de la ceniza, y nos vayamos a vivir en ese cuadro, donde suceden simultáneamente las cuatro estaciones de un poeta.

Después habrá una temporada donde la levedad sale y regresa de otra levedad: el cuadro “Fusión” flota dentro del lienzo, danza sin moverse en su propia sensualidad, y la exhala como un perfume en su propio vaho. El cuadro, lleno de consideraciones intempestivas contra y a favor de la levedad, es una dialéctica –un abrazo controversial– de la levedad. En “Ambiguo”, el aura blanquecina con el seductor verde olivo que lo asedia desde sutiles tonalidades, la complejidad del orden interno del personaje, la ingeniería sublime de los azules con los naranjas y ocres interesados en robar a la vida su vida, festejan la complicidad cifrada en los arabescos de tinta negra que parecen delimitar esa ciudad imaginaria pero que en realidad la vuelven infinita: una ventana al no-tiempo. Jesús Carrillo logra un tour de velour, una vuelta de terciopelo, donde no es la inteligencia del espacio lo que se percibe sino sabiduría.


Dos Ciudades de la Intensidad fluyen en la provocación armoniosa de la perfección que es esta exposición en la galería El Jaguar Despertado. Una aparece en “Insecto”: la ciudad en su intensidad urbana del espacio y el color, de la habladuría de todos los idiomas de la gracia y la desgracia en los amarillos –a veces ahogados como con una sábana sensual del blanco–, del derrame de engañosos sinsentidos y lúcidos sentidos de la fatalidad de los rojos. Esos rojos a la izquierda superior que imperan en el espacio del cuadro, como una instantánea del vigor romano, del rojo seducido por espacios magentas de sensual prudencia anhelando que ese rojo no sea de tragedias. Magentas breves que vienen de un viaje de la terrible verdad del negro verdoso del abajo izquierdo del cuadro. Y a la derecha, la otra intensidad: la pasión del amarillo abrasado y abrazado por el blanco revelador de vida, el azul más breve que el magenta de la izquierda pero más como un apoderado de la pasión que invita a un leve –casi un tímido derrame de ese magenta familiar. Todo envuelto y regado simultáneamente con un rojo abierto, generoso, lleno de argumentos y tegumentos de los dioses, que sitia al negro sobre el azul en el inferior derecho de “Insecto” y que apenas deja ver, como un acto impúdico, el borde de algo que vendría a ser, tal vez, la ropa interior del alma de aquellos que viven en esa Ciudad de la Intensidad. Esa intensidad de “Insecto” trasciende, por su composición, en el espacio de la galería. El cuadro “Insecto” dialoga en esta exposición con “Fusión”: es su otro yo. “Insecto” es revelador de lo oscuro y lo sublime de la ciudad de la intensidad. “Fusión” es revelador de lo oscuro y lo sublime de la ciudad de la intensidad flotando en su levedad. Por la ciencia de los cuadros esta exposición es un solo cuadro compuesto de todas las secuencias que son los cuadros que se exhiben. Eso hace que ésta sea, como exposición concebida en su universo, una pequeña obra maestra de Jesús Carrillo.

La otra Ciudad de la Intensidad de la exposición es el de la intensidad de la inocencia, de lo que viene, de lo que está siendo genuinamente, sin máscaras y sin sobrenombres. En “Sí” un niño es una ciudad con su alma y curiosidad, nos absorbe para crecer y nos revela tal vez que percibe la vida como pasión por venir. Su rojo es triste aunque encendido, su amarillo da sed y deseo de lamerlo. El rojo y el amarillo son la ciudad donde el niño viene de la oscuridad de la inocencia o, tal vez, de la oscuridad de esa verdad que es en cuanto degradada por el tiempo, ese anti-dios de los poetas.

¿Pero hay en todo esto una posibilidad para la metafísica, la amante sin piedad de las cuatro estaciones de un poeta? En el cuadro “Grito de las hormigas” lo divino de lo abstracto y lo divino de la perfección griega desafían a la metafísica. El poeta Jesús Carrillo oye los cánticos del Hades que sulfuran deseo de vida hacia afuera desde adentro del cuadro: una figura que es en su abstracción, una cortina de fuego poético representado teatralmente por el rosa y el magenta es un irregular y ambicioso punto de fuga, que por su espacio e insolencia es más bien un antipunto de fuga del cuadro.

¿Estamos espiando allí la entrada al Hades? ¿A la energía secreta de los dioses? ¿Es la puerta del canto tercero del Inferno de Dante (“Per me si va ne la città dolente, / per me si va ne l’etterno dolore, / per me si va tra la perduta gente.”)? Y entonces un gran esprit emerge y al mismo tiempo sobrevuela el cuadro: la Victoria de Samotracia, la perfección clásica griega ejecutada a su vez con perfección por Jesús Carrillo –un gran virtuoso del dibujo, de la pintura clásica y de la superrealista al mismo tiempo que de lo abstracto. La Victoria de Samotracia allí es la levedad sin tiempo, preclara, transparente como el deseo y la piedad, el odio y la malicia, la física y la metafísica. Una dialéctica de la gracia dionisiaca en el cuadro: si lo vemos entramos. Hay allí lucidez del abismo, fortuna de la desesperanza. En “Grito de las hormigas” Jesús Carrillo ha pintado la materia y nos deja llegar a la impresión de la antimateria física pero sobre todo poética. En “Grito de las hormigas” Carrillo abre la puerta a la discusión poética y filosófica que cada uno lleva escondido en el ritmo de nuestras almas, y que es la prolongación de la pintura por otros medios.
Todos estos cuadros revelan un mundo de provocación, levedad y transparencia atemporal, del no-tiempo, del anti-tiempo, y del destiempo. Pero hay algo que forma parte de ellos y de nuestros destinos en esta exposición. Jesús Carrillo revela fuerza, voluntad, energía, vastedad: los atributos del genio.




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