Crisis de gobernabilidad peligra
volverse ingobernabilidad.
67 años libraron bien el vacío
constitucional que no señala que el Primer Ministro
debe ser el líder parlamentario mayoritario.
El Presidente, responsable del colapso.
Entonces este lobo llegó a la presidencia por el partido socialista y seguía ahí en su segundo periodo ya con su propio partido de derecha. Lanzó un mensaje propio de dictadores. El Presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo a los franceses que no entendieron la disolución del parlamento que operó en junio para convocar a nuevas elecciones legislativas, en las cuales no obtuvo la mayoría parlamentaria. Es decir, según él, no entendieron que debían forzosamente darle la mayoría a su partido. Y que el voto de censura que se fraguó en el Parlamento para destituir a su Primer Ministro en diciembre de 2024, a solo tres meses de su nombramiento, era obra de un “Frente antirrepublicano”, que la izquierda y la derecha “han elegido el desorden”. Antes del voto de censura en el Parlamento, el Presidente había declarado que esa posibilidad era política ficción, y que eso sería en todo caso “el cinismo” de la extrema derecha y la “pérdida de sentido” de los socialistas. Era la primera vez que en el país de la racionalidad política, –donde la improvisación de los políticos es superada por su formación para dirigir al Estado en las Grands écoles–, un Presidente ponía el desorden para luego acusar a la oposición en el Parlamento como responsables de ese desorden. Un alto y triste momento de la razón cínica. Macron nombró entonces a otro Primer Ministro, François Bayrou, que no tenía la mayoría y quien se ilusionó con demostrar habilidades extraordinarias para tejerla en pocos meses, antes de la presentación del presupuesto para su aprobación ante el Parlamento.
El 9 de septiembre François Bayrou fue destituido por el Parlamento, con lo que se configuró la segunda caída del gobierno en Francia en 9 meses y no sólo continuó la incertidumbre política sino que abrió la puerta para que la crisis de gobernalidad política que han representado dos gobiernos sin mayoría en el Parlamento se convierta rápidamente en una crisis de gobernabilidad social y financiera, pues la izquierda ha convocado a movilización general de protesta para el 10 de septiembre que han llamado “Bloquons tout”, “Bloqueemos todo”.
Seis horas después de la destitución de François Bayrou, el Presidente Macron nombró a otro Primer Ministro, una velocidad que sorprendió debido a que es habitual que desarrolle procrastinación cuando se trata de nombramientos (la vez anterior tardó dos meses en nombrar al Primer Ministro). En vez de nombrar al líder de la fracción parlamentaria mayoritaria, lo que detendría la crisis política, nombró a su Ministro de la Defensa, que no es miembro del Parlamento. El artículo 8 de la Constitución francesa le da poderes al Presidente: “El Presidente de la República nombra al Primer Ministro. Pone fin a sus funciones con la presentación de éste de la demisión del Gobierno. A propuesta del Primer Ministro, nombra a los otros miembros del Gobierno y pone fin a sus funciones.” La Constitución no señala que debe ser el líder de la fracción parlamentaria mayoritaria aunque la gobernabilidad constitucional experimentado hasta ahora en Francia obliga a esta lógica parlamentaria que Macron decidió romper desde el año pasado.
Este nombramiento del Ministro de la Defensa ha sido percibido por las fuerzas políticas de oposición como una provocación. La líder de la extrema derecha en el Parlamento dijo que “el presidente está lanzando el último disparo contra el macronismo, atrincherado en su pequeño círculo de leales”. Mientras que el líder de la izquierda mayoritaria en el Parlamento, Jean-Luc Mélechon, criticó que “la respuesta de Macron al derrocamiento de Bayrou a partir de ahora es absolutamente la misma que antes… Solo la salida del propio Macron puede poner fin a esta triste comedia de desprecio por el Parlamento, los votantes y la decencia política”. La izquierda busca la destitución del Presidente desde el año pasado. Su líder dijo ayer que la caída del Primer Ministro Francois Bayrou es una “victoria y (un) alivio popular”, y agregó “Macrón está de ahora en adelante en primera línea frente al pueblo y también debe partir”, y prevé presentar otra “procédure de destitución”, un juicio de destitución. Macron es considerado por la oposición como el único responsable de esta severa crisis constitucional y política y, desde el 9 de septiembre pasado, también por buena parte de su facción política. El nuevo Primero Ministro Sebastian Lecornu prevé “rupturas” no solamente “en la forma sino también en el fondo”, y en la toma de posesión dijo que será “más creativo” con la oposición. Sin embargo, el peligro de que le caiga encima a él también un voto de censura es latente desde el momento mismo de su nombramiento. Lecornu no es miembro del Parlamento como habitualmente se estila en los sistemas parlamentarios. Macron ha intentado con este movimiento crear una figura neutral para lograr acuerdos con la oposición en el Parlamento al no nombrar a uno de sus miembros que no es de la mayoría de izquierda (Macron se rehusa a entregarles el gobierno) que avivaría las diferencias. Sin embargo, en un escenario de lucha política altamente conflictivo y desde la perspectiva de una oposición mayoritaria que reclama el puesto de Primer Ministro esto puede percibirse como una maniobra autoritaria donde el Poder Ejecutivo busca por todos los medios avasallar al Parlamento. El enfrentamiento ha escalado así al último nivel que lleva a la ingobernabilidad, es decir, al colapso del terreno de juego, un escenario raro en cualquier sistema (los déficits de gobernabilidad y las crisis de gobernabilidad son las estaciones conflictivas, la ingobernabilidad es un estado ideal que no se presenta porque significa que los jugadores han destruido al sistema político y/o al sistema constitucional). En este caso los jugadores están a punto de entrar en ese estado ideal de ingobernabilidad porque la Constitución prevé dos figuras que, utilizadas con fines conflictivos, pueden hacer que se destruyan mutuamente: el Parlamento tiene el voto de censura para hacer caer al gobierno las veces que quiera, y el Presidente puede disolver el Parlamento también las veces que quiera. Ese escenario es el que vive Francia desde 2024, y lejos de acabarse, parece que han entrado en un nuevo capítulo donde las instituciones parecen estar viviendo –como el título de la novela clásica de Ferdinand Céline– una “mort à crédit”, una muerte a crédito.
Así, con un Parlamento insumiso y un Presidente perdido en el laberinto fantasioso de un hiperpresidencialismo inexistente en Francia, en menos de un año dos gobiernos han sido destituidos por el parlamento francés, en un escenario inédito de inestabilidad política más bien raro para un país con una democracia consolidada. Justamente la transgresión de esa democracia consolidada a través de maniobras autoritarias del presidente de Francia Emmanuel Macron están en el origen de la crisis actual. Macron ha querido, no gobernar como en un sistema presidencialista, sino controlar el sistema político como en un sistema hiperpresidencialista. Sin embargo el diseño constitucional de ese país es más bien semiparlamentario donde el parlamento acota al presidente y al primer ministro. Macron ha cruzado la línea para dejar de ser un hombre de Estado como lo han sido, a pesar de todo, los presidentes de la V república francesa para comportarse como un arribista ambicioso de poder por el poder: después de que disolvió innecesariamente el parlamento el año pasado y al no ganar su partido la mayoría se negó a nombrar un primer ministro de la izquierda que resultó más fuerte en las elecciones. Eso provocó el voto de censura que dio paso a que Macron nombrara a otro primer ministro, rehusándose, ya en las garras de la ira política contra la izquierda y la sociedad francesa que destiló en un Mensaje a la nación televisada. Ese otro primer ministro fue François Bayrou, un político convenenciero, sin sustancia (raro en los cuadros políticos de Francia), que como dice Baranger en el artículo de Le Monde, se comportó como un Presidente bis. Como primer ministro no quiso tejer acuerdos con la izquierda para las reformas y el presupuesto de 2026, y en las negociaciones con los sindicatos sobre la reforma laboral propuso alargar la jubilación a cambio de que los trabajadores recibieran una prima junto a su salario, cosa de animarlos y que properaran, solo que el dinero para esa prima sería tomada… de su propio fondo de jubilación!!! Estuvo en el puesto solo y sin mayoría parlamentaria, una muerte a crédito en un sistema parlamentario donde sin mayoría parlamentaria nadie gobierna. Bayrou, sobrado de sí mismo, fantasioso tal vez, confiando en los mecanismos de poder para ganar votos en el parlamento, se aventó la aventurera jugada de solicitar una moción de confianza al parlamento en un momento en que su desgaste era, por decir lo menos, definitivo. Un suicidio de antología aunque probablemente sólo fue para evitar la otra forma de destitución, el voto de censura, y ofrecerle al presidente Macron, el escenario disolver nuevamente el parlamento este mismo año (al solicitar el voto de confianza y serle negado el Parlamento puede ser señalado por Macron de ser el causante de la crisis política, una estupidez es cierto, pero los autoritarios razonan desde la estupidez y la estupidez la vuelven razón). Ahora Macron vuelve a tener el juego en sus manos. El fenómeno es que la caída del gobierno por segunda vez no resuelve la crisis, ni hacer avanzar nada: lo que hay en Francia es un impasse de todos los diablos: dos fuerzas políticas dicen no querer formar parte del nuevo gobierno, –un gobierno de coalición, sino es de la izquierda mayoritaria en el parlamento, es necesario para lograr estabilidad–, otras fuerzas políticas no quieren la disolución del parlamento, la izquierda de Jean-Luc Melechon dice que no apoyaría un gobierno socialista (izquierda) pues tendrían que tener a seguidores de macron en ese gobierno y él reclama el gobierno únicamente para la izquierda ganadora técnicamente de las elecciones parlamentarias de junio de 2024, y de ahí no se va a mover pues aparte de legítima su posición lo proyecta a las presidenciales siguientes. Macron, por su lado, no tiene a la vista una figura fuerte, aceptada por la mayoría parlamentaria sin ser de la mayoría parlamentaria (un deseo imposible en cualquier sistema parlamentario dicho sea de paso) para apaciguar a todos como primer ministro y sobre todo, Macron continúa sin querer dar marcha atrás en sus reformas laborales, su presupuesto que castiga la economía y el bienestar social de los franceses, y sin abandonar sus maniobras autoritarias en el ejercicio del poder, su cinismo “à la Trump” al expresarse públicamente de que la sociedad no lo deja hacer lo que quiere. Y por último, una sociedad en caída libre en su economía familiar, con empleos precarios, el sistema del Estado del bienestar social –del cual Francia ha sido un modelo eficaz– en proceso de desmantelamiento. Una democracia consolidada de primer mundo sumida en una crisis política por la arbitrariedad de un Presidente perdido en los laberintos de su fantasía de hiperpresidencialismo de las repúblicas bananeras.
El desorden lo generó el mismo Macron al disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones legislativas en junio de 2024. Es una facultad constitucional del Presidente. Pero la aplicó como una estratagema para reconfigurar el Parlamento y obtener la mayoría afín de controlar de manera absoluta el sistema político.
Disolver el Parlamento ha sido un regalo envenenado en la República francesa durante las últimas tres décadas. El sentido es que se trata de una facultad del Presidente para que pueda preservar la estabilidad cuando en el Parlamento, en un escenario de caos interno o de secuestro del orden constitucional por una fracción parlamentaria, se atente contra la República. Las últimas dos veces que un Presidente ha decidido disolver el Parlamento ha sido por razones mezquinas: lo han disuelto persuadidos de que, en las nuevas elecciones parlamentarias, sus partidos alcanzarán la mayoría que no tenían, y obtendrían el control absoluto del gobierno. Y las dos veces han sido contraproducente, pues la izquierda les ha arrebatado el control del Parlamento y, por lo tanto, del gobierno. Sucedió con Jacques Chirac en 1997. Chirac en realidad tenía el control de Parlamento pues los partidos de derecha en conjunto hacían mayoría y le permitía tener a un Primer Ministro de sus filas. Pero Chirac se peleó con sus aliados, los partidos de derecha, y sus asesores le convencieron de que era tal su popularidad que si disolvía el Parlamento, su partido alcanzaría la mayoría y no necesitaría a los otros partidos de derecha para gobernar. Dejaron de lado a la izquierda en esa ecuación, un signo de soberbia política, pues activaron un mecanismo constitucional como táctica pero sin estrategia. El resultado fue que la izquierda obtuvo la mayoría en el Parlamento, y Chirac tuvo que nombrar Primer Ministro a Lionel Jospin del Partido Socialista perdiendo el control del gobierno. Su disolución del parlamento pasó a la historia como una estupidez política de antología.
La Constitución francesa permite que el Presidente nombre a su voluntad al Primer Ministro sea o no miembro del parlamento. No está obligado a nombrar al líder de la fracción mayoritaria pero es una regla imprescindible para el equilibrio en los sistemas parlamentarios. En Francia esta regla se cumple por la sola voluntad del Presidente. Y es así porque el precedente histórico se encuentra en la decisión de François Miterrand en 1986, cuando perdió las elecciones parlamentarias a manos de la derecha. Nombró Primer Ministro al líder de esa tendencia en el Parlamento que curiosamente era Jacques Chirac. Esto a sabiendas de que ya no controlaría el gobierno y pasaría a ser una figura decorativa como Jefe de Estado. A esto se le llamó la cohabitación e hizo escuela en los sistemas políticos.
Esa regla de voluntad, que parecía sólida y reflejaba el alto nivel de civilidad de la política francesa, fue aplicada tres veces antes de la era Macron: en 1986, cuando Miterrand nombró a Chirac, en 1993, cuando Miterrand, en su segundo periodo presidencial nombró a Edouard Balladur, del mismo partido de derecha que Chirac, y en 1997 cuando Jacques Chirac, ya como Presidente nombró a Lionel Jospin del Partido Socialista. En esas tres ocasiones la cohabitación política contribuyó al equilibrio del sistema constituiconal y nada grave sucedió para los Presidentes que cedieron el poder a la oposición.
Pero esa regla de voluntad fue ignorada en 2024 cuando Emmanuel Macron, un Presidente de la generación de la razón cínica, se negó a nombrar Primer Ministro a un miembro de la izquieda, como correspondía de acuerdo a la lógica de la cohabitación. Nombró a uno de sus partidarios. El resultado de su decisión confirmó que es imposible, en un régimen parlamentario o semiparlamentario como el caso francés, de mancillar la lógica de la gestión del poder: a los tres meses la izquierda y la derecha extrema votaron la censura del Primer Ministro nombrado por Macron, y lo destituyeron.
Esto provocó gastritis en el Palacio del Eliseo. La razón cínica del Presidente fue manifiesta públicamente en el mensaje dirigió a los franceses para reprocharles su supuesta falta de visión y negarle la mayoría en el Parlamento. La negativa de Macron a ceder el gobierno a la izquierda la desató una cuestión de números. En junio de 2024 Macron disolvió el Parlamento convencido –como Chirac– de que su partido ganaría la mayoría al convocar a nuevas elecciones legislativas y controlar totalmente el gobierno. En ese momento detentaba el control del gobierno, el Primer Ministro era un amigo suyo, pero se debía a una coalición parlamentaria de la cual quiso deshacerse –como Chirac en 1997. Sin embargo, en esta ocasión, nuevamente la izquierda arruinó sus planes y ganó diputados suficientes para reclamar la legitimidad de la mayoría parlamentaria, aunque no la mayoría relativa. De los 577 diputados que conforman el Parlamento, el partido Nouveau front populaire (izquierda) obtuvo 193, Ensemble pour la république (coalición del Presidente Macron) 166, Rassemblemet national (extrema derecha) 142, Droite républicaine 47, Liberté, indépendants, outre-mer et territoires 21, No inscritos 1.
El Presidente Macron vio la oportunidad de pasar a la arbitrariedad constitucional –es decir, actuar en contrasentido a la lógica de la gestión del poder amparado en su derecho constitucional para nombrar al Primer Ministro– basado en el detalle fundamental de que ningún partido alcanzó el 50 más uno de la mayoría relativa. De haber sucedido esto hubiera dejado clara la imposibilidad de operar en su favor porque se encontraría con un bloqueo total en el Parlamento. Y probablemente hubiera cedido a la regla de voluntad de la cohabitación. Pero en su esquema tomó en cuenta además de que, la izquierda no iba a formar coalición con los otras fracciones parlamentarias para sumar diputados suficientes para reclamar la mayoría relativa del 50 más uno. Los otros partidos con diputados suficientes pertenecían a la derecha y a la extrema derecha. Era claro que la izquierda no volvería una promiscuidad política la cohabitación. Fuera de ellos sólo quedaban la coalición del Presidente, inútil decir que ahí no habría alianza, y 22 diputados de diversas fuerzas políticas menores. Le Nouveau front populaire no alcanzaba con éstos la mayoría relativa.
De manera que Macron decidió ignorar la legitimidad del principio no escrito de la cohabitación de que el que obtiene más diputados es al que corresponde formar el gobierno y nombrar al Primer Ministro. Se rehusó terminantemente a reconocerle esa legitimidad al Nouveau front populaire –cuyo líder es un ícono de la lucha política en el mundo entero. Y nombró Primer Ministro a Michel Banier, uno de sus diputados.
En un semiparlamentarismo como en el caso francés, nombrar un Primer Ministro que no tiene la mayoría en el Parlamento es darse un tiro en el pie. Tres meses después la izquierda y la extrema derecha, que se repudian mutuamente, votaron en conjunto un voto de censura al Primer Ministro de Macron, el cual debió renunciar según la Constitución francesa. Legítimamente le correspondía gobernar a la izquierda, y no reconocerlo lo presentó a él mismo como un antirepublicano. Era la primera vez también, posiblemente, que en Francia un Presidente ha retorcido las instituciones, y que sin recato dice a sus ciudadanos que son culpables de desobedecerle.
Una vez eyectado el Primer Ministro de Macron, el Nouveau front populaire reclamó la legitimidad de su mayoría parlamentaria y que se nombrara un Primer Ministro salido de sus filas. Pero Macron volvió a negarles esa posibilidad y mantuvo en vilo al sistema constitucional seis meses, de junio a diciembre, cuando nombró por sus pistolas a otro Primer Ministro, alrededor del cual construyó un consenso entre las fracciones parlamentarias de derecha. La izquierda y la extrema derecha dejaron claro que volverían a censurar al gobierno de ser necesario.
Francois Bayrou fue nombrado Primer Ministro en una jugada recalcitrante de Emmanuel Macron por no entregar el gobierno a la izquierda que ganó las elecciones parlamentarias. Bayrou nunca ha sido un político muy inteligente aunque ha sido ministro y parlamentario varias veces al mismo tiempo, pues en Francia se permite la acumulación de mandatos. Como escribió Zoé Valdés “Bayrou forma parte de una generación de políticos que sin hacer nada relevante se ha mantenido en el candelero”. En 2002 le dio una cachetada a un niño que intentó robarle en un mítin en un barrio marginal, sin consecuencias para él. También fue procesado (e inculpado con el beneficio de la duda) por contratar a asistentes con presupuesto público para trabajar en su partido político, lo que lo obligó a renunciar como ministro de justicia. Con este perfil, Bayrou llegó sin tener mayoría parlamentaria, necesaria en el sistema semiparlamentario francés que Macron quiere subordinar a la otra mitad del sistema constitucional que es el semipresidencialismo. Jean-Luc Melechon, líder de la izquierda, manifestó que el 16 de enero de 2025 intentarían otro voto de censura. Con lo que caería un segundo gobierno de Macron, y Beyrou terminaría su aventura como primer ministro a un mes de ser nombrado.
Bayrou expuso un impresionante programa de errores tácticos en el Parlamento al asumir como Primer Ministro. Desde su nombramiento su objetivo era lograr que las distintas fuerzas políticas formaran parte de su gobierno, es decir de la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando por un abanico de todos los colores. Esto con el fin de lograr una coalición en el parlamento que lo sostuviera, y alejarse del fantasma del voto de censura. El programa de errores tácticos de Bayrou que expuso como el sonámbulo que camina al borde el precipicio sin darse cuenta, es el siguiente:
- De entrada anunció que va a retendría al actual ministro del interior, que viene del gobierno que cayó por el voto de censura del parlamento. Una decisión para enervar a cualquiera y, dicho sea de paso, de mal gusto.
- Dice que quiere ver unidos a la extrema derecha y a la izquierda en su gobierno. Dijo que “sería feliz si se puede mostrar que se conjugan sensibilidades diferentes”. Una reminiscencia desordenada de la ironía bíblica “Pide y se te dará”, cuando él mismo no tiene un poder moral (por ejemplo, si Francois Miterrand hubiera dicho eso, más sus geniales habilidades tácticas, sería premonitorio de que sí sucedería).
- Quiere hacer “un modelo social único en el mundo” al decir que subirá el 6% de impuestos a las grandes empresas pero que en realidad “no quiero llegar hasta el 6%”, y que está a favor de revisar la reforma que alargó dos años la jubilación, objeto de potentes manifestaciones en su momento, pero “no creo en la abrogación de la reforma”, en lo que él llama “retomar sin suspender” el debate sobre esa reforma. Y dobleteó: “Acepto que cada uno de los sindicatos ponga sobre la mesa lo que considere deseable y aceptable”. Pero lo único que es aceptable para los sindicatos es la abrogación de la reforma de jubilación. Sin embargo Bayrou afirmó creer que “hay otra solución” sin esbozar ideas sobre esa solución. Es decir, quiere parloteo, mesas de desahogo, entretener el descontento con dulces de plutonio y coca-colas de hidrógeno. Estos políticos.
- Que va a enviar un nuevo proyecto de egresos para 2025, pues el proyecto enviado en noviembre no fue aprobado por el parlamento y Macron aplicó una cláusula constitucional de hacerla valer por decreto, pero esa cláusula indica que puede ser detenido por un voto de censura del parlamento, que fue lo que en efecto sucedió, y la Constitución dice que si se censura a la ley decretada por el presidente, equivale a una censura al gobierno y se tiene que ir de acuerdo al artículo 50. Y fue así como vimos que cayó el gobierno de Michel Banier, y por lo que Bayrou fue nombrado Primer Ministro en busca de un gobierno mosaico. Sin embargo Bayrou anunció que su nuevo proyecto de ley de egresos lo hará “reprenant la copie qui a été voté au Parlament”, es decir, retomará el proyecto que fue votado (sin éxito) en el parlamento. OH LA LA LA LÀ! La perversion de la méthode !
- Melenchon, líder de la izquierda: “No hay compromiso político posible en tanto no haya compromiso social como propuesta, mientras no renuncien a la jubilación a los 64 años” (antes era a los 62). Pocas veces se puede leer un voto de censura en una frase pero también la sobrevivencia a un voto de censura para Bayrou: tendría que darle con una bazuka a la deplorable reforma de jubilación que Macron hizo para sus aliados de las grandes empresas.
- Se aferra a la vieja y deplorable demagogia rara en Francia donde el pensamiento y la argumentación es la naturaleza de la sociedad: “No podremos salir de esto si no estamos juntos”, “Lo que nos espera es tan difícil que debemos asociarnos”.
- Olivier Faure, líder socialista con una artillería de 66 diputados en el parlamento suficientes en alianza para tumbar a Bayrou, dijo “No nos ha dado argumentos para que no votemos una moción de censura”.
- Cuando dijo todo esto en el Parlamento Bayrou era un Primer Ministro solo pues hasta hoy no ha formado un gobierno. El gobierno eran él y dos asesores. (La administración pública funciona con los funcionarios del gobierno depuesto hasta que se nombre un nuevo gobierno, los cuales tienen funciones restingidas).
- Anunció que utilizará el artículo 49.3 constitucional en caso de bloqueo total del presupuesto. Ese artículo da facultades para imponer por decreto la ley de egresos si el parlamento no la aprueba. Pero Monsieur Bayrou lanzó su amenaza velada sin tener mayoría en el parlamento y olvidando que el parlamento puede detenerlo una vez más con el voto de censura, pulverizándolo a él como primer ministro para siempre.
- Bayrou representa la decadencia o, para decirlo en términos aristocráticos, es un “fin de race” de esos políticos del siglo pasado que no aportaron nada a la sociedad (en la aristocracia, por los últimos miembros de una familia dañada por el cruce de primos y parientes, que ya no muestran una inteligencia sino un estado de estupidez permanentes se les llama “un fin de raza”).
Una vez integrado el gobierno de Bayrou dieron resultado los mecanismos de la ingeniería del poder. No sucedió otro voto de censura, y Macron se impuso contra la voluntad popular en el Parlamento gracias a sus estratagemas cínicos. Ningún Presidente había puesto al borde del colapso al sistema constitucional en Francia desde 1958 cuando se fundó la V República. Macron, al mismo estilo que Donald Trump en Estados Unidos, vulneró las instituciones para imponerse arbitrariamente.
La gastritis le regresó a Macron seis meses después. Su Primer Ministro se reveló perezoso, aunque eso es lo que había sido toda la vida –tiene 74 años. La prensa comenzó a hacer eco de los comentarios de los cortesanos del Palacio del Elíseo: “El Presidente está muy enojado por su inercia, Bayrou es un rey holgazán en Matignon” –la residencia oficial del Primer Ministro. Un ex ministro comentó: “Bayrou es eso: cincuenta años de vida política persistente en no hacer nada. Entonces, ¿por qué comenzaría a arruinarlo ahora?”. Lucas Burel y Alexandre Le Drollec de Libération trazaron un perfil: “Cada uno lo formula a su manera, pero en las encrucijadas del Parlamento, los pasillos de los ministerios, o en los cuarteles generales de los partidos, la observación vuelve insistentemente: desde su llegada al mando, hace seis meses, François Bayrou tiene un cuidado meticuloso de no molestar en nada. Aplicando a la letra el precepto de un centrista de otro tiempo, Edgar Faure: ‘El inmobilismo está en marcha, nada lo detendrá.’”
Pero Bayrou hizo un esfuerzo por pensar en algo, a propósito de las negociaciones entre sindicatos y patrones para las jubilaciones de los trabajadores. El penúltimo día se le ocurrió una idea brillante digno de un buen rey perezoso. Anunció en la prensa que proponía que se le diera una prima a los asalariados senior que decidieran continuar trabajando. De esa manera seguirían recibiendo su salario más esa prima, un incentivo decididamente rotundo, y que permitiría al gobierno gestionar el hoyo financiero de las jubilaciones. El detalle, como seguramente ya les saltó a ustedes en la mente, es que esa prima no es dinero de los patrones adicional al salario, sino que es una parte proporcional del fondo de jubilación de cada trabajador. QUOI ! LA GENIALIDAD DE BAYROU ES PROPONER QUE LOS TRABAJADORES SE PAGUEN ASÍ MISMOS DE SU JUBILACIÓN UN DINERO QUE ÉL HA BAUTIZADO COMO UNA “PRIMA”. Los sindicatos rechazaron la idea por improvisada y por no ser exactamente lo que estaba en la mesa de discusión, aparte de que se los hizo saber por la prensa y no como una propuesta formal apoyada en un análisis social y financiero. Pero Bayrou estaba feliz de su ocurrencia, dijo a la prensa: “Estoy seguro que todo el mundo tendrá ganancias con esto”.






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